14 de noviembre de 2012

Que no puedo contar

Hay cosas de las cuáles no se tiene con quién hablar. Se va uno poniendo viejo y va acumulando muy lentamente confidentes. La paradoja se da cuando: o bien hay un cruce de intereses, de eso que se quiere contar, entre sí mismo y este grupo de personas a quienes "se les confía todo", o sencillamente no hay perfil en ese conjunto que califique para recibir y entender esa información vital, para luego mantener una conversación. En total confianza claro está.

No habiendo alguien para revelarle estas palabras, en mi caso personal, me remito a la única solución que he encontrado a la fecha (la de siempre): escribir.

Ya perdí el ritmo, ya maduré y se pudrió la poca experiencia que un día tuve y hoy, me siento aquí, de nuevo con la pantalla al frente -no la hoja-, tan desesperanzado como cuando a los 10 años me obligaban a escribir un ensayo, ojalá del más aburrido tema que hubiera en el momento.

Me siento de nuevo, a lo mismo, y no es para contar eso cuyo método llevo tres densos párrafos explicando. Nada. Escribir ahorita es la respuesta en el sentido en que es como salir a la calle a gritar, con una pelota de ping pong en la boca. Es la impotencia de no poder escupir ni una letra, aún con todas las ganas del universo, sino sólo babas que resultan en algo así como un mensaje de auxilio, de desesperación. Así, sin más detalle. Qué tristeza gastar este espacio tan barato y olvidado (afortunadamente ni tinta ni papel), sólo para "tirarse" varios párrafos diciendo nada. Es que si pudiera...

Miren, les contaría otra vez de sueños que he tenido, de ideas que me han caído como ladrillos en los días más aleatorios, de los amores que no han sido, de los placeres efímeros que sí han sido, pero como el hombre que soy hoy, no doy. Con todo y eso, acabé diciendo más en la penúltima frase que en el resto de este escupitajo de necesidad.